"Don't believe in fairy tales: To dream is not for free"

miércoles, 23 de marzo de 2011

El hombre que le hablaba a las estatuas

 Desde que la vio por primera vez en la plazoleta situada al lado de su apartamento, quedó prendado absolutamente de ella. Allá se alzaba, altiva, entre la multitud.

Por obra y gracia del Ayuntamiento de la ciudad, colocaron a la vista de todo el mundo a una ninfa, una imagen que sólo podía estar al alcance de los más habilidosos artistas.

Nunca se atrevió a hablarle de cerca(que estupidez, se decía), sino que tan solo se limitaba a susurrarle palabras llenas de admiración. Pero tenía la absoluta seguridad de que si en algún momento ella le llamara por su nombre, el tiempo se detendría y todo el resto del gentío callaría súbitamente, asombrado ante tal milagro.

Verla allí, todos los días, ignorando sus miradas furtivas, las largas noches sin sueño, le suponía el más duro de los castigos. Tan fría, tan inexpresiva, pero a la vez tan cálida...

Le compró ropa sabiendo que nunca podría ponérsela. Le compró joyas sabiendo que nunca podrían adornarla. Le compró flores, que nunca se atrevió a entregarle. "Está loco", pensaría la insidiosa turba de curiosos e impertinentes.

Un día, se armó de valor, se vistió con sus mejores galas, dejó atados a la pata de la cama los miedos, y encerró bajo llave el temor al que dirán, y se decidió a hablarla. A decirle lo que sentía, sin miedo a la burla de la gente.

Cuando llegó a la plaza, ella ya no estaba. La feria, que tanto había costado, y tan poco dinero había dejado al Ayuntamiento, se había ido, y la hermosa pero enormemente tímida y callada hija del vendedor de palomitas, se fue con ella. Tenía la piel blanca como el marmol, el gesto firme como el de una diosa griega, y el pelo recogido como una emperatriz.

"Ójala alguien haga algún día una estatua de ella", pensó entre lágrimas, mientras volvía por el sombrío callejón que conducía a su  apartamento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario